VII Asamblea General de ADELPA
Sin duda la característica más destacable del siglo XX recién concluido, es el paso de sociedades rurales, eminentemente agrarias y con economías autárquicas, frecuentemente de pura subsistencia, a sociedades urbanas, crecientemente industrializadas, con economías cada vez más abiertas, globalizadas e interdependientes.
Esta transformación, que ha producido unos niveles de riqueza y de calidad de vida general en nuestra sociedad sin precedentes, ha originado también no pocas disfunciones y desequilibrios socioeconómicos y territoriales.
El crecimiento de los grandes centros urbanos, además de generar problemáticas en este ámbito que resultaría muy prolijo enumerar y cuyo análisis no es en cualquier caso el objetivo de este documento, ha producido a lo largo de este tiempo un dramático proceso de vaciado demográfico de amplias zonas de territorios interiores, los cuales han concluido el mencionado siglo en una situación de práctica extenuación, por lo que no resulta exagerado plantearse, mirando al siglo recién iniciado, la viabilidad misma de dichas sociedades como tales.
La ruina de las estructuras socioeconómicas tradicionales ha tenido consecuencias especialmente perversas en espacios físicos como las comarcas del Pirineo.
Alejado de los grandes centros urbanos en los que, desde unas políticas puramente desarrollistas, se concentró desde el principio la planificación del desarrollo industrial, nuestro territorio ha sido contemplado a lo largo del siglo por los poderes económicos y políticos, únicamente como un espacio cedente de agua, energía y mano de obra baratas, desde una visión absolutamente depredadora de la utilización de nuestros recursos. Visión que profundizó el proceso de desertización humana, el desequilibrio respecto a los ámbitos territoriales que han venido disfrutando durante décadas de las plusvalías generadas por dichos recursos y ha sido sin duda la generadora de las mayores agresiones medio ambientales producidas en nuestro espacio.
Además, la compleja orografía, la climatología extremada, la propia estructura fragmentada y dispersa de las explotaciones agroganaderas iniciales, e incluso el mismo proceso de desertización humana y envejecimiento de la población, han imposibilitado una transformación profunda del sector primario básico y la implantación de estructuras competitivas, en el marco de una agricultura y ganadería cada vez más especializadas, sin que las Políticas Agrarias Comunitarias hayan tenido gran incidencia en ese proceso de necesaria modernización y reforma de tales estructuras.
La falta de inversiones en materia de infraestructuras y servicios generales, nos ha llevado a finalizar el siglo con un grave déficit en esta materia, el cual pone en entredicho el principio de igualdad de oportunidades de los territorios y las personas consagrado en nuestra Constitución. Este déficit se agrava en aquellos ámbitos en que las empresas suministradoras son privadas y se rigen únicamente por principios de rentabilidad económica, ajenos totalmente a las necesidades y los derechos de las personas.
Finalmente, el creciente desarrollo del turismo en las tres últimas décadas, ha dado una cierta pujanza al sector servicios, que, en cualquier caso, a menudo adolece de graves problemas de falta de profesionalidad y especialización, y que, en ningún caso, puede por sí solo suplir el necesario equilibrio entre los restantes sectores, convirtiéndose en un monocultivo.
El crecimiento del turismo, en aquellas zonas en que se ha producido con mayor incidencia, ha generado a menudo niveles de impacto y agresión sobre un entorno muy frágil, no siempre justificadas ni adecuadamente mitigadas. Dichas agresiones están siendo utilizadas por colectivos y sectores posicionados en actitudes que podríamos denominar integristas en relación con las problemáticas medioambientales, para reclamar medidas y soluciones que, poniendo el énfasis únicamente sobre el medio, se olvidan del hombre, tradicionalmente habitante en él y que ha sido capaz de transformarlo y utilizarlo, de acuerdo con las demandas y necesidades sociales de cada tiempo.
En este sentido, queremos afirmar, solemnemente, que el Pirineo tal como hoy lo conocemos, no es la consecuencia de una creación espontánea y estática, sino de la acción del hombre en el medio y de la interrelación hombre-naturaleza a lo largo de los siglos. A tal punto, que en gran parte de los elementos de la cadena trófica que tenemos la obligación y la necesidad de preservar, se observa claramente la huella del ser humano.
Sin embargo, contemplamos cómo esta visión de lo que vendría en llamarse ecologismo biológico, impregna frecuentemente incluso las políticas sectoriales en la materia. A menudo sus postulados resultan muy atractivos para una sociedad eminentemente urbana, la cual, consciente del deterioro sin precedentes producido en las ultimas centurias, especialmente en sus propios entornos, vuelve sus ojos a espacios afortunadamente mejor conservados como si de su propia Arcadia se tratara, antes que incidir en la recuperación de los espacios urbanos y periurbanos, tan gravemente degradados.
De esta forma, los habitantes del Pirineo, nos sentimos a menudo rehenes de las inquietudes medioambientales de una sociedad que intenta redimir sus desmanes en la materia, imponiéndonos unas políticas medioambientales que en absoluto han sido consensuadas con quienes aquí vivimos, que se olvidan por completo de la necesidad de el hombre en el espacio y del derecho de éste a vivir con dignidad y a desarrollarse en todos los aspectos en dicho espacio.
También nos sentimos víctimas de la visión puramente economicista y especuladora de las grandes empresas suministradoras de servicios, para las que el hombre viviendo en el Pirineo no resulta rentable y, por tanto, ni siquiera es contemplable desde el punto de vista empresarial.
Así pues, desde concepciones e intereses que inicialmente pudieran parecer antagónicos, parece coincidirse sin embargo en una cuestión: obviar al hombre que habita nuestras montañas y nuestros valles al que, en el mejor de los casos, se contempla como un actor secundario, cuando no como un agresor implacable del medio en el que vive y que ha contribuido a configurar.
Consecuentemente, los responsables locales de las comarcas pirenaicas, como representantes más directos y cercanos del territorio y sobre todo de las personas que en el viven,
MANIFESTAMOS:
- Nuestro derecho, como hombres y mujeres del Pirineo, a vivir aquí con dignidad.
- La urgencia de que este territorio tenga un horizonte de progreso, desarrollo y esperanza para los que lo habitamos.
- La demanda de que los poderes públicos articulen medidas compensatorias de las afecciones impuestas a nuestras comarcas por una sociedad, que nos ha exigido innumerables sacrificios para obtener agua de calidad y energía barata para su progreso.
- La conveniencia de recordar a las Administraciones y a la sociedad, que el Pirineo tal como hoy lo conocemos, es la consecuencia de la acción del hombre en el medio y de la interrelación hombre-naturaleza a lo largo de los siglos.
- La exigencia de que sea tenida en cuenta nuestra opinión a la hora de diseñar las políticas conservacionistas de un entorno que somos los más interesados en preservar.
- La apuesta por modelos medioambientales protagonizados por las gentes que vivimos en el territorio, acordes con la vida pirenaica, y compatibles con modelos de desarrollo territorial que combinen actividades tradicionales con otras de reciente implantación.
- La petición a quienes nos exigen determinadas restricciones medioambientales en nuestro territorio, de que reclamen iguales limitaciones en el entorno donde habitualmente viven.
- La reivindicación de contar con una Normativa específica para las zonas de montaña, que contemple el futuro de una zona tan peculiar como la nuestra de forma global, en términos de equilibrio, desarrollo, compensación y discriminación positiva.
- El derecho a vivir con un nivel digno de servicios e infraestructuras, superando el grave déficit que venimos arrastrando en cuestiones tan cruciales como comunicaciones, telecomunicaciones, infraestructuras industriales y turísticas, como garantía de futuro.
- El reconocimiento de las Entidades Locales del Pirineo como máximos representantes y más directos interlocutores de este territorio y sus habitantes.
- El requerimiento de ser tenidos en cuenta de forma prioritaria en las tomas de decisión que nos afectan, con participación directa en los foros y organismos decisorios.
- La voluntad de llegar a un Pacto entre las zonas urbanas y las zonas de montaña, que permita la coexistencia armónica entre sus respectivos intereses.